Me gusta así, en blanco negro. Está en las antípodas de las imágenes que solemos ver de planetas y galaxias, rebozadas de colores saturados. Supongo que es una técnica que ayuda a los científicos. En cambio, a mí me gusta pensar el Universo en blanco y negro. Un espacio infinito dotado de grandeza, un todo sublime que despierta nuestras quimeras. Es la perfecta belleza que asoma como fondo de nuestros sueños. Es el ruido mudo que invade de forma persistente lo que acontece en su imperio.
Supongo que el Hubble, con sus nuevas gafas, está detrás de esta maravilla. Los navegantes del XXI ya no acarician las olas, porque ahora toca soñar con lo inconcebible.
Sueño que paseo con Robert Walser por una calle bulliciosa, en plena hora comercial. Pasos rápidos, conversaciones banales, teléfonos móviles que vocean a su alrededor lo que a nadie le interesa, niños que juegan, adultos que entran y salen de tiendas, tertulias espontáneas en las plazas. Hay vida, también ruido feo.
Los dos tenemos la costumbre de mirar al techo de las calles cuando caminamos. Es ese trozo de paraíso
que los humanos aún no hemos podido alcanzar. Los fragmentos frágiles
de cielo urbano aún pertenecen al terreno de la fantasía.
Afortunadamente aún no sabemos movernos libres sin pisar el suelo.
© 2015 Eduardo Ruigómez - Pesadilla terrenal |