Fotografía y texto: © Eduardo Ruigómez |
El calor sofocante de un octubre anestesiado invita a eludir la calle. El metro se brinda como una alternativa interesante. Cambio el rumbo. Adiós calle, adiós. Cuando abandonas la acera y desciendes por las escaleras, el cielo se desvanece e irrumpe la falsa noche. Pasillos como túneles modelan los pasos y los destinos de seres encogidos. Las tinieblas del subsuelo dan cobijo a caminantes superfluos, alimentados sólo por la urgencia de un destino infructuoso. Me sumo al coro y me dejo llevar. Suelto amarras y floto. Arriba he dejado las raíces de la señora Woolf que me ligaban a la realidad. Floto y me dejo llevar por la corriente de pasos apresurados. El tiempo es frágil y se pierde entre los tacones de la ansiedad. No veo rostros, sólo espaldas. No veo color, sólo gris grisáceo. Huele a ensaimada con chocolate rancio, como el otoño de la señora Slama. Sin embargo, no hay en el metro rastro de esas mujeres que tan dentro llevo; a mi alrededor crece la desbandada. Porque cuantos más estamos siendo sin ser, el vacío es más intenso. En las escaleras mecánicas se transforma la ventisca, desdoblándose en galgos y podencos, según quien seas arriba te espera la tierra prometida o más de lo mismo. Me apunto a los segundos y aparco el cuerpo impasible al flujo envolvente. A pesar de todo, siento que aquí el ruido es menor e incluso puede oírse a los otros.
Aturdido. Huyo hacia arriba. A la luz y el aire. Igual que despertar de una pesadilla siniestra. El mundo es feo, el mundo es bello. Huyo ciego de las pequeñas miserias. Quiero alejarme de la escena del horror, así que emprendo mis pasos hacia la primera calle a la vista. Observo los rostros con los que me cruzo. Ninguno ha oído lo que he oído. Esta ciudad superpoblada y poco humana invita al desarraigo, como si se hubiera perdido un eslabón entre los ciudadanos y su habitat. Estoy desorientado, avanzo lento. En una esquina me sale al paso un hombre viejo. Delgado, pelo blanco, bien vestido. Me recuerda a una fotografía de J. D. Salinger. Algo extraño delatan sus ojos. Desprenden una mirada penetrante, con un halo de misterio y angustia.
¿Cuál será el siguiente impacto? Hoy daría mi alma por tropezarme con Robert Walser en su paseo cotidiano. Quién sabe, todo es posible. La inmortalidad, conjuntada con este otoño tardón, también es surrealista.
1 comentario:
Muy chulo!!!
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