A diferencia de Friedrich Hölderlin, paseante de sueños incumplidos (cruzo a pié media Europa, desde Tubinga hasta Burdeos y al cabo de unos meses regresó sin cumplir el deseo de conocer el mar), Robert Walser practica un paseo tranquilo, atento a lo diminuto y aparentemente insignificante. Dos formas distintas de interpretar las señales externas que nos regala el cosmos cercano que nos rodea. Mientras Hölderlin implora a la tempestad que amenaza la calma de los oceános imaginados, Walser interrumpe su vagar para detenerse a saludar al lechero que se cruza en su garbeo.
En la lectura del libro Sueños de Walser (editado por Siruela), llego a un relato escueto titulado Visita a la escuela. El protagonista, un paseante emulando al autor, tropieza en el camino con una escuela y, simplemente, entra y se sienta a observar el desarrollo de la clase: canto, cálculo. No me resisto a citar unas pocas frases que casi abren y cierran el paseo:
<<Una persona que caminaba con pasos elásticos por la calle se detuvo ante la escuela, llamó a la puerta, se presentó a la maestra, que preguntó sorprendida. Ésta lo condujo al interior, le ofreció una silla; él se sentó.>>...
...<<La profesora hacía brotar casi como una maga el afán infantil, la inteligencia, la capacidad de sus discípulos. En apariencia su trabajo era fácil, pero el observador se dijo que en ese éxito, en ese acabado redondo subyacían un enorme esfuerzo, orden y dirección previos, abundante paciencia, abnegación, benevolencia y comprensión. Ella se lo tomaba todo con suma tranquilidad; sin duda era una maestra, y el hombre que había venido de visita la respetaba sobremanera.>>
Ha pasado casi un siglo desde esta historia. Leerla en 2012 me deja un poso de melancolía que no sé descifrar.
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