domingo, 30 de junio de 2013

A veces los sueños naufragan

En la exposición de Brangulí en la Fundación Telefónica me detengo ante una fotografía que me atrae como un imán: unos obreros trabajan en el interior vacío de un barco, ajustando las varas de hierro forjado como paso previo al volcado de cemento. Algo que a simple vista sorprende: ¿cómo puede navegar un buque con una estructura de cemento?

La visión tranquila de la imagen me transmite valores innatos a la naturaleza humana: el espíritu de aventura y exploración, de superación e innovación, de romper fronteras hasta lo imposible. Cada época tiene sus visionarios y sus oportunidades. ¿Y por qué no va a poder navegar un barco de cemento? Con la revolución industrial el uso del hierro en las máquinas de vapor dio paso a su aplicación en la estructura de las viviendas, como Walter Benjamin relata con tanto detalle en su obra Libro de los Pasajes. Nuevos materiales, nuevas ideas, nuevas aplicaciones.

Josep Brangulí - Construcción del buque Mirotres (1917)








Látima que la fantasía a veces produce efectos contrarios a los deseados. Como un Lope de Aguirre averiado que sucumbe en la deriva, el Mirotres parece que tuviera escrito un destino diferente al soñado por los astilleros de Malgrat de Mar.


Reproduzco un artículo sin desperdicio aparecido en El País el 24 de junio de 2011 con ocasión de la exposición de Brangulí en Barcelona:

Brangulí y el barco de cemento armado

El 10 de agosto de 1918 el fotógrafo Josep Brangulí recibió un telegrama de la empresa Construccions i Paviments, SA. Desde 1911 fotografiaba los edificios que esta empresa construía. Pero esta vez el encargo para la mañana del jueves 15 era muy especial. En la escollera de la playa de Sant Adrià de Besòs se iba a vivir un acontecimiento histórico: la botadura del Mirotres, el primer buque de hormigón armado que se construía en España.

Brangulí había seguido los pasos de su construcción, tal como reflejan las cinco magníficas fotografías de la exposición Brangulí. Barcelona 1909-1945 del CCCB: la enorme grada de madera en forma de U, los operarios tejiendo la estructura con finas varas de hierro y el vertido del cemento Asland para hacer el casco. También había acudido a ver la estructura terminada, de 34 metros de eslora por 7,30 de manga; un casco brillante y pulimentado que, más que un barco, parecía una enorme ballena blanca varada en la playa.

La jornada prometía. Joan y Josep Miró Trepat, los dueños de la empresa, habían invitado a lo más granado de la sociedad barcelonesa. Los Miró creían tanto en las posibilidades del nuevo barco que antes de la botadura ya habían adquirido 250.000 metros cuadrados en la playa situada entre Malgrat de Mar y Santa Susanna (Maresme) para levantar unos astilleros con cinco gradas en los que trabajarían más de 1.000 operarios y que construirían, de entrada, cinco buques capaces de transportar 1.200 toneladas (el Mirotres era de 300). Se proponían que cada cuatro meses saliera de los astilleros un nuevo barco. "Son tantos los chalets construidos en la atarazana que verdaderamente parece un poblado a la moderna, a lo yanqui. Todo se está construyendo de cemento armado o de madera", recogía en mayo de 1919 un artículo de la revista Germanor sobre las instalaciones de Malgrat de Mar.

"Su intención era construir muchos barcos de cemento, por eso habían comprado en Estados Unidos 129 motores, con la condición de que no los vendieran a los alemanes", asegura Sara Masó, periodista y sobrina nieta de estos pioneros que hicieron de Malgrat un centro de I+D de la época.

Pero el Mirotres nació con mal pie. "La playa era poco profunda y las olas habían erosionado la arena. Cuando el Mirotres estaba entrando en el mar, las vías de la playa se rompieron y la madera abrió un agujero en el casco, que acabó lleno de agua", explica Masó, que recientemente dio una conferencia sobre este tema en el Archivo Comarcal de Mataró.

Publicaciones de la época, como La Vida Marítima, Ibérica y Navegación, recogieron el acontecimiento y destacaron las características del Mirotres, como su motor semidiésel Bolinder de 150 caballos, capaz de alcanzar los ocho nudos, y valoraron la búsqueda de nuevos materiales y técnicas para hacer frente a la escasez de aquellos con motivo de la guerra mundial. "Todas destacan lo barato que resultaba construirlo, frente al acero, y que no se necesitaba personal especializado; pero también su poca elasticidad, el efecto negativo del mar y la imposibilidad de fijar los aparatos al casco", dice Masó. El experimento de los Miró no fue único. En Italia y Noruega se construían otros barcos de cemento, y en Estados Unidos en 1918 se habían acabado 14 buques y estaban previstos otros 58.

El 5 de agosto de 1920, sin haber cumplido los dos años, el Mirotres naufragó en Portvendres, cerca de Colliure (cabo de Creus), durante un viaje de Tarragona a Marsella cargado con 309 botas de vino. "El viento y la niebla hicieron que el barco, capitaneado por Carlos Roldán y con 12 hombres de tripulación, colisionara contra una roca cuando estaba a 50 metros de la costa. El Mediterráneo es más traicionero de lo que parece", explica Masó. "El Mirotres se hundió como consecuencia de uno de los puntos débiles de los buques de cemento: su poca resistencia a los impactos directos en el casco", concluye. El final de la guerra y las dificultades del Mirotres hicieron que de los cinco barcos previstos solo se empezaran tres, que acabaron desmontados.

En una de las numerosas cartas familiares que Masó conserva, los trabajadores del astillero protestan en 1919 a la dirección por los bajos jornales, que les llevaron a una huelga de tres meses. En otra, Josep Miró se quejaba de que se habían "tirado por la ventana dos millones de pesetas por las decisiones del consejo de la empresa contrarias a los fundadores", algo que dejaba ver el malestar general que se vivía. Tras el hundimiento del Mirotres, la actividad en las instalaciones de Malgrat continuó hasta 1926. Hoy día, de la aventura de los hermanos Miró tan solo queda, aparte de las fotografías de Brangulí, un recuerdo en Malgrat de Mar: la playa de la población se denomina del Astillero.


domingo, 16 de junio de 2013

Ciencia y crisis, ¿examen de conciencia?

Por su interés, doy eco a un artículo de Luis A. Martínez Sáez, responsable de divulgación del Instituto de Astrofísica de Canarias, en el que analiza la situación crítica de la Ciencia en España en tiempo de crisis.



Ciencia y crisis, ¿examen de conciencia?
Luis A. Martínez Sáez, responsable de divulgación del Instituto de Astrofísica de Canarias.



La necesidad global de reducir el gasto, ha sido aplicada a la investigación con la irracionalidad más devastadora fruto del desconocimiento de quienes manejan la segadora de fondos, que no saben que hay reducciones que conllevan parar la máquina. Sería incluso aceptable que, en nuestra situación económica, el sector de la investigación, a pesar de contar con un peso en el PIB inferior a la media de los países europeos, pudiese aportar alguna pequeña cuota a los recortes. Pero, tanto por la cuantía como por la forma de hacerlo, de manera indiscriminada, tratando a centros y científicos como a uno de tantos lastres que arruinan nuestra economía, sin evaluar para nada la actividad de cada centro ni su producción científica y tecnológica, y con menos consideración y respeto que con otros capítulos del presupuesto cuya única rentabilidad es política, ha desembocado en una justa indignación del mundo científico. Consecuencia de estas medidas son las noticias que a diario inundan nuestros medios de comunicación sobre la situación límite de centros e investigadores. Así nos enteramos, por ejemplo, de anécdotas expresivas, como del cierre en agosto por el CSIC de su edificio central en Madrid y de otras ocho instalaciones en toda España para ahorrar 36.000 €, o del caso de una investigadora que aplicó los 15.000 € que consiguió en Atrapa un millón junto a 2.500 € obtenidos por venta de lotería y otros 6.000 € de un concierto solidario, para repescar a un técnico de su laboratorio. También de que casi 300 equipos de investigación en agricultura se quedan sin las ayudas comprometidas, del hundimiento del Centro de Investigación Príncipe Felipe o de que no se hayan respetado compromisos con proyectos ya aprobados en el marco del Plan Nacional, no sólo bajando la cuantía de su dotación en un 19,5% sino que ésta será repartida en cuatro años en lugar de en tres.

Miremos donde miremos, en la poda de los árboles de la investigación, ya casi quedan solo los troncos. Las responsabilidades adquiridas en compromisos internacionales tampoco se libran. Según Rolf-Dieter Heuer, director general del CERN, a finales del 2012, España debía más de 110 millones de euros, deuda que se habría reducido en parte quedando ahora 55 millones pendientes de pago. También existen dificultades para aportar nuestra participación en ESO y ESA. Respecto a la cuota de España en estas grandes organizaciones científicas europeas, nadie puede dudar de la importancia que tienen para nuestros científicos y también para las industrias que obtienen ontratos ligados a sus proyectos aunque cabría analizar la relación entre los fondos que aportamos y los que somos capaces de retornar.


Annia Domènech - Hola, ¿estás sola? - ESO/M. Kornmesser/S.E. de Mink


Dicho esto, no estaría mal que en estos momentos en los que Europa impulsa la sobriedad y vigila los muchos derroches perpetrados en algunos países, examinase también a estas grandes rganizaciones científicas para ver cómo se puede adelgazar su enorme estructura de gobierno y gestión, y adecuar los sueldos y privilegios de sus directivos a estos tiempos porque resultan cada vez más difíciles de asumir por los países participantes.

En cambio, hay centros de investigación en España que, aunque su volumen no suponga más que el chocolate del loro, de la noche a la mañana, han sufrido recortes de hasta casi el 45% en su presupuesto quedando al borde del colapso operativo.


La situación económica que atraviesan los centros de investigación se agrava por un recrudecimiento de las trabas burocrático-administrativas que entorpecen la gestión de los proyectos hasta la desesperación, y las dificultades para disponer, en la práctica, de los fondos a pesar de que el centro ya los tenga aprobados. “En un país con seis millones de parados, que la administración sólo genere retrasos en la tramitación de nuevos empleos con fondos obtenidos de manera competitiva en la Unión Europea es para mí, como investigador, injustificable; y como ciudadano de este país, muy difícil de soportar”, señalaba José Alcamí, del Instituto Carlos III, en declaraciones a elmundo.es (06-02-2013). Y añadía: "Los proyectos europeos no admiten prórroga, de manera que la parte del dinero del proyecto que no se gasta por culpa del retraso hay que devolverla". Estas contradicciones, por llamarlas de manera suave, llegan al caso límite de que un instituto de investigación, en lo que va de año 2013, no haya podido utilizar aún los fondos asociados a su condición de Centro de Excelencia Severo Ochoa que deberían haberse gastado ya en el 2012*.


Esta manera de proceder delata, al menos, dos graves desenfoques en quienes nos dirigen: el primero, es que nuestros gobernantes siguen sin apostar, de manera decidida, por invertir en I+D. Hacen patente que no creen en el papel de la investigación científica en la economía de las sociedades avanzadas a las que deberíamos pertenecer. No actúan de acuerdo con el valor imprescindible de la ciencia en la sociedad actual y el enriquecimiento que, de diversas maneras, aporta al sistema productivo. Lo tan pregonado en los últimos años sobre la necesidad de cambiar nuestro modelo productivo y de liberar la economía de burbujas engañosas para trasladar su fortaleza a la innovación tecnológica, es papel mojado. En definitiva, hacen suya la crítica a centros y científicos por dedicar tiempo y fondos a la investigación básica y se suman a la imagen de una actividad cara y poco útil para un mundo tan pragmático como el nuestro, que necesita producir a corto plazo.

Las aplicaciones prácticas de una investigación fundamental surgen, a veces, después de muchas décadas. Por ello, no sería mucho pedir (para eso se les paga), a quienes nos gobiernan, que entiendan que los plazos para extraer la rentabilidad a una investigación básica poco tienen que ver con los de sus mandatos. Tampoco es exigir demasiado de quienes llevan el timón de nuestra economía que comprendan que nuestro mundo desarrollado no sería posible sin la ciencia que da lugar a todo lo que manejamos. ¿Cuántos miles de millones mueve hoy en día la electrónica en el mundo? ¿Qué podríamos hacer sin internet? ¿Cómo funcionar en nuestras vidas sin la telefonía móvil o sin televisión? Nada de ello existiría sin la investigación básica que permitió primero descubrir el electrón allá por el 1896 y estudiar a fondo sus características para explotarlo después. Es lógico que la investigación hecha de la mano de las empresas tenga un objetivo de rentabilidad más inmediato. Ello hace que sea muy importante reforzar en la práctica el puente entre ambas orillas –investigación pública e investigación privada– para lograr un perfecto sistema.


http://www.caosyciencia.com/jovenes/
El Premio Nobel Jerome Friedman decía sobre este particular: “La innovación es la clave del futuro, pero la investigación básica es la clave de la innovación”. Y, añadía: “…hay que prestar especial atención a la ciencia fundamental porque mucha gente y muchos líderes políticos no entienden su valor. Sin el apoyo debido a la investigación básica no se produce la innovación más importante, la que cambia la forma en que vivimos, porque esa innovación procede de nuevos conocimientos que se aplican en nuevas tecnologías”. [1] Y para citar otra voz en algo tan elemental, Arthur J. Carty, presidente del Consejo Nacional de Investigación de Canadá, decía en otra entrevista: “se puede decir que el dinero convierte la investigación en conocimiento y la innovación convierte el onocimiento en riqueza” [2]. Por otra parte, tengamos en cuenta que ramas de la investigación básica exigen cada día más el diseño y construcción de una instrumentación puntera e innovadora que supone retornos cuantiosos para las empresas que la construyen y un enriquecimiento de su know-how que las capacita para estar mejor preparadas y optar a concursos internacionales con los desarrollos más avanzados. En definitiva, no hay capacidades tecnológicas sin ciencia aplicada ni ésta sin ciencia por aplicar. Negar el valor y la rentabilidad de la investigación fundamental, más allá del incremento del conocimiento, es de miopes. Y truncarla, para ahorrar en exceso, el peor despilfarro que se puede hacer.
El segundo grave desenfoque en las decisiones de nuestros gobernantes es la falta de inversión en el mejor capital humano, formado y por formar, que ya está provocando un despoblamiento del mejor talento que hemos conseguido tener después de muchos años de esfuerzo. Es la gente joven, la mejor formada y más brillante, la que emigra. Cuando se contempla este panorama, que garantiza un empobrecimiento para muchos años, dan ganas de preguntarse: ¿no podríamos hacer lo propio con los políticos ineptos y despilfarradores animándoles a que se busquen la vida en las antípodas? “España puede tardar 20 años en recuperarse de los recortes en ciencia”, declaraba recientemente el científico y empresario Craig Venter [3].


En resumen, nuestros dirigentes, con sus recortes y su manera exclusiva de hacerlos, demuestran que hablan de I+D pero no creen en ella y la tratan más como un lujo intelectual que como una inversión efectiva y un motor de primera magnitud para nuestra economía. Evidencian también que no entienden su dinámica porque en ciencia un proyecto interrumpido es, la mayoría de las veces, una inversión que se tira por la borda arruinando años de esfuerzos. “Los científicos y tecnólogos, manejan materias de una enorme importancia para la economía y el bienestar de los países desarrollados pero siguen sin contar en la toma de decisiones. Incluso cuando se trata de aquellas materias que conocen mejor que nadie.” [4]

http://www.caosyciencia.com/jovenes/

Por su parte, los científicos, aunque escaldados y sabedores de que la investigación es uno de los primeros capítulos en caer cuando vienen mal dadas, se preguntan cómo es posible que en esta situación se mantenga el apoyo a organismos y entidades que parecen gozar de impunidad, a pesar de que sus órganos rectores han despilfarrado a manos llenas (cada lector puede poner los nombres), y cuyos desmanes tendremos que pagar el resto de los ciudadanos mientras sus gestores, como castigo, se retiran con indemnizaciones de escándalo. ¿Cómo es posible que un simple proyecto de investigación, que ha debido ser evaluado y aprobado, con un presupuesto ridículo, que tiene principio y fin, deba ser auditado antes, durante y después de su ejecución, con una minuciosidad paralizante, mientras que en ese otro mundo, pueden construirse, por ejemplo, aeropuertos que ya nacen muertos?

Como consecuencia, no hay un día en el que pesos pesados de la investigación española publiquen artículos o hagan declaraciones criticando la gravedad de estos errores para con la investigación y sobre la cortedad de miras que trata a la investigación como si fuese una farola superflua que hoy se puede apagar sin más porque mañana, cuando mejoren las cosas, ya la volveremos a encender.


Llama la atención, no obstante, que la mayoría de estas críticas denuncien los hechos pero no analicen sus causas. Este mazazo a la ciencia no puede tratarse como un arma política más cuyo objetivo sea simplemente desgastar a un gobierno. Porque las decisiones de éste no son fruto de una persecución premeditada a la investigación sino la consecuencia lógica de unas profundas carencias que impiden ver el valor económico y cultural de la investigación científica. Y ello, al mismo tiempo, es la resultante de esas mismas penurias ancestrales que anidan en nuestra sociedad y en la cultura ciudadana.


Por eso sorprende que, entre tanto científico justamente quejumbroso, no haya alguno que se pregunte, “¿qué estamos haciendo tan mal los centros y los científicos para que la ciencia pueda ser tan fácilmente maltratada por nuestros gobernantes?” O lo que es igual, “¿por qué estas medidas que empobrecen hasta su peor límite la I+D española y que suponen un grave retroceso en la orientación de nuestro sistema productivo tienen tan poco costo político para quienes las eciden?”. Porque, si nos fijamos bien, las protestas más enérgicas apenas han tenido un eco relevante fuera del propio ámbito de la ciencia. La mayoría de los comentarios en los medios de comunicación tienen más que ver con el análisis económico que con la esencia misma del problema. Parece que a pocos interesa buscar las causas, la raíz de la situación, porque siempre es más sencillo quedarse en la cáscara política sin ir más allá.


Si buscamos esas raíces, el nuestro es fundamentalmente un problema instalado en nuestra sociedad que aflora en quienes surgen de ella y que, en este caso, tienen responsabilidades de gobierno. Es cierto que, al menos en materia de ciencia, cabría pedir unos planteamientos y una visión más fundada que la que pueda tener el gran público. Pero, llegada la crisis, ha sido mucho más cómodo cortar y no arriesgarse. Volviendo a la ya citada entrevista con J. Friedman: "Parte del problema es que la sociedad no comprende del todo la importancia de la ciencia y no presiona lo suficiente a los gobiernos para que la apoyen como se apoya el deporte u otras cosas".


Por tanto, a la pregunta del por qué sea tan fácil a nuestros líderes cortar los fondos para investigar, la respuesta es sencilla: sus decisiones, por encima de la crisis puntual que padecemos, expresan la misma visión pobre que sobre el papel de la ciencia tiene la ciudadanía. Nuestros íderes son fruto, en definitiva, de nuestra sociedad que es casi analfabeta (término que utilizaba el ya desaparecido Presidente de la Academia de Ciencias, Martín Municio) en materia de ciencia y tecnología. De poco sirve que la innovación forme parte de nuestras vidas porque el gran público no es consciente del papel decisivo que la I+D desempeña en la solución de sus problemas, ncluidos los económicos. Manejamos medios fantásticos, con una tecnología sorprendente, pero sin querer saber nada sobre la ciencia y los principios físicos que los hacen posible. De poco sirve que en las encuestas se refleje que el hombre de la calle tiene en buena consideración la ciencia y a los investigadores. Ello no tiene un reflejo operativo en esa incultura.


El otro lado de la Luna - NASA/Goddard/Arizona State University


Y tampoco se reconoce al conocimiento científico su dimensión cultural. Para la mayoría de los ciudadanos, ciencia y cultura son términos contradictorios que se excluyen mutuamente. Incluso para algunos, la ciencia solo aporta deshumanización cuando sin ella jamás podríamos conocer la verdadera ubicación del hombre en la historia y en el Universo. La sociedad, inmersa en una tradicional manera de entender la cultura, se niega a aceptar que la convulsión tecnológica que estamos viviendo es tal que hemos de ver en ella la esencia misma de nuestro cambio cultural. La incultura y el desconocimiento del sentido de los avances científicos es un grave problema porque conlleva una renuncia a ser ciudadanos informados y capacitados para opinar, intervenir e influir en aquellas decisiones de política científica que nos afectan. Y ello es más peligroso en un país en el que, como el nuestro, sobran políticos y falta una seria política científica.


En definitiva, esta situación de la ciencia en los ciudadanos se evidencia en los políticos, en los gobernantes y legisladores, en los empresarios de prensa y periodistas…, y también en muchos funcionarios que pueblan nuestros ministerios y que ni entienden ni les interesa entender cómo se diseña, desarrolla y gestiona la investigación hoy en día, y las singularidades administrativas que necesitaría la ejecución correcta de sus proyectos. El sistema de I+D se encuentra ante un muro rígido, sostenido por una normativa y control administrativos obsoletos, que impiden la gestión ágil y eficaz por los centros.


Llegados a este punto cabe preguntarse: si la causa de muchos de nuestros males proviene de que la ciencia no ocupa el lugar que le corresponde en la sociedad, ¿a quién podemos echarle la culpa?


No es este el momento de hablar del primer e importantísimo escalón que son los sucesivos planes de enseñanza que, lejos de fomentar las vocaciones de ciencias, están provocando la huida de los jóvenes a otras disciplinas y el desaliento de tantos profesores de estas materias.


En la búsqueda de responsables, ha sido tradicional culpar también a los medios de comunicación, por dar tan poca importancia y repercusión a las noticias y a las materias relacionadas con la investigación. Y es verdad que, aunque la producción científica en todo el mundo ha aumentado de manera exponencial, los medios no solo no han ampliado sus espacios sino que, en ocasiones, los han disminuido. Los periodistas que escriben e informan de ciencia están muchas veces sometidos a los medios e, incluso, aducen otras razones para justificar la realidad. Así, por ejemplo, una conocida periodista, responsable en su día de la sección de ciencia de su periódico, se exoneraba de toda culpa: “Los periodistas sufrimos las consecuencias de tener una comunidad científica que en realidad no forma una comunidad. Es pequeña, fragmentada y, lógicamente, no tiene apenas peso político o social. No hay científicos famosos o simplemente conocidos. Apenas participan en las decisiones de política científica. No hay casi grandes proyectos científicos, no existen grupos de presión, foros donde se discutan temas que importan a la sociedad, polémicas políticas o sociales relacionadas con la ciencia. O sea, no existen apenas elementos para la actualidad periodística.” [5]


Para algún periodista científico, sin embargo, las críticas a la prensa provienen de un desenfoque sobre su papel en estas materias. En concreto, que afirmaciones como “los periodistas tienen una responsabilidad en la educación científica”, “los periodistas somos mensajeros de los científicos ante la sociedad” o que “el periodismo científico es sobre todo divulgación”, son prejuicios sobre el periodismo científico sobre los que es necesario reflexionar y cambiar. Por nuestra parte, sin entrar a juzgar, por ejemplo, el despilfarro social de tantos programas de televisión que dan vergüenza ajena, preferimos la opinión de Miguel López Rubio, también periodista científico, sobre la responsabilidad de la prensa en la cultura científica de nuestros ciudadanos: “Mientras se siga primando la noticia-anécdota; o la investigación al servicio de la noticia social, mientras no se ponga en valor el hecho investigador en sí, de la misma manera que se pone en valor la creatividad del arquitecto, la pericia del médico al emplear una novedosa técnica, la meticulosidad del diseñador de moda o la maestría del director de cine, no habrá nada que hacer. Y en eso, de nuevo, es necesario apelar a la comunidad científica y a quienes nos dedicamos a la divulgación: somos responsables de hacer lobby, de convencer al gatekeeper (ese guardián de la puerta que deja entrar unas noticias en la agenda mediática y otras no) sobre la importancia del trabajo científico y de quienes lo hacen. Los investigadores deben ser nuestros aliados y vencer el miedo a la exposición. Algo parecido les ocurre a los arquitectos: puede ser que Norman Foster o Ghery sean denostados por muchos de sus colegas con el título de 'arquitectos estrella' pero es igualmente cierto que, gracias a ellos, la arquitectura como arte que se supera a sí misma y ha llegado al gran público.”


Miguel Santander García - La historia más grande jamás contada


Los medios son intermediarios, canales de transmisión de los mensajes, puentes entre la ciencia y la sociedad pero no son los que investigan y crean conocimiento. Por ello, se quiera ver o no, lo que estamos viviendo demuestra que no es suficiente investigar aún sabiendo que la primera responsabilidad de los científicos para con la sociedad sea hacer ciencia de la mejor calidad. Los resultados de la investigación no pueden quedarse en un coto cerrado como si fuesen propiedad exclusiva de los científicos. La sociedad reclama aumentar sus conocimientos, saber más de las cosas que manejan los científicos, que se transmitan capacidades tecnológicas a las empresas para que sean más competitivas y, en general, que los resultados y los avances mejoren su calidad de vida. En definitiva, es necesario que la sociedad perciba que le llegan los 'retornos sociales de la ciencia', a los que tiene derecho porque paga las facturas de la investigación.


Por ello, los centros de investigación necesitan, primero, percatarse de esta situación que no es sólo mala para los ciudadanos sino también, y como se demuestra ahora, para los propios investigadores; y, segundo, poner de manera decidida los medios necesarios para convertir a los ciudadanos en sus mejores aliados. Esta será la mejor defensa frente a las decisiones políticas equivocadas.


La política de acercamiento sólo puede provenir de la orilla de la investigación. Porque nadie da lo que no tiene y la cultura científica no puede surgir de quien carece de ella. Por eso, no habrá cambios sobre estas materias en la sociedad si no logramos modificar previamente la actitud de muchos científicos que deben bajar de su torre de marfil, entender que son los ciudadanos los que financian su trabajo y que no es rebajar ni desprestigiar la ciencia cuando se difunde al gran público en un lenguaje asequible. La comunicación y divulgación de la ciencia no es una obligación individual de cada científico pero sí una responsabilidad colectiva. A los investigadores solo se les pide que den facilidades a los comunicadores especializados para que hagan llegar sus resultados de manera comprensible. Ésta es más una obligación de los centros y de las universidades que deben disponer de estructuras permanentes para difundir lo que hacen y buscar puentes de encuentro con el público. Así lo entendió en su día la entonces ministra Mercedes Cabrera que impulsó la creación de las Unidades de Cultura Científica como departamentos permanentes cuya misión es servir de interface entre los centros y los medios de comunicación o directamente con la población.


Gracias a ello, las cosas han mejorado aunque de manera insuficiente y muchos científicos no sólo colaboran actualmente con estas unidades sino que tienen sus propios blogs porque consideran que la mejor divulgación tiene que provenir de ellos directamente. Internet y las redes sociales abren posibilidades inimaginables de encuentro directo y suprimen la dependencia de las agencias de noticias y medios de comunicación tantas veces interesados. Permiten además colgar todo tipo de materiales audiovisuales para ilustrar las noticias y llegar a los receptores de manera más acorde con nuestra cultura visual. Por ello, los centros necesitan disponer de servicios multimedia preparados para ilustrar las noticias con esos materiales y tener mejor acogida en las televisiones y medios digitales. No obstante, sólo estamos comenzando y se necesita tiempo para lograr mejores resultados. Un artículo en la revista Science advertía de que la comunicación científica en internet no está logrando alcanzar al gran público y que el elitismo, la endogamia, el declive del periodismo y el desconocimiento de las redes sociales lastraban su difusión.


En definitiva, esta crisis que ha golpeado los fondos para la investigación es más el efecto de un grave desconocimiento que una exigencia de nuestra situación económica. Por ello, es un buen momento para plantearnos las relaciones de la ciencia con los ciudadanos, si queremos que quienes gobiernan modulen sus decisiones sobre la I+D en el futuro. La sociedad tiene todo el derecho a que, desde la ciencia, le trasmitamos mucho mejor nuestros mensajes y elevemos su conocimiento de lo que la investigación significa para todos. Con palabras de J. Friedman: “Debemos persuadir a la sociedad de que la ciencia es relevante, tenemos que escuchar las preocupaciones sobre algunos problemas que pueden asociarse a la tecnología y hacerles frente. Pero sin la participación de la sociedad en el debate, careceremos de interlocutores y de apoyo”.


No podemos finalizar sin decir que la divulgación también cuesta dinero. De la misma manera que solicitamos del Estado que dedique un significativo tanto por ciento del PIB a la I+D, también le podemos pedir que mantenga al menos las dotaciones destinadas al Plan de Comunicación que se canalizaban a través de FECYT. Los centros, por su parte, deben aportar su grano de arena, manteniendo sus Unidades de Cultura Científica y destinando un suficiente tanto por ciento a divulgar sus resultados.


* No sorprende que el pasado 27 de febrero, la Confederación de Sociedades Científicas de
España (COSCE), escribiese una carta al Presidente del Gobierno denunciando, entre otras
cosas, la obstaculización de fondos para la I+D por parte del Ministerio de Hacienda.


Referencias
[1] A. Rivera. El País, 2000
[2] M. Ruiz de Elvira. El País, 2001
[3] N. Dominguez. Materia, 2012
[4] L. Martínez. Comunicar la Ciencia.

jueves, 13 de junio de 2013

Cosimo rampante

<<Así desapareció Cosimo, y ni siquiera nos dio la satisfación de verlo volver a la tierra muerto. En la tumba familiar hay una estela que lo recuerda con la inscripción: Cosimo Piovasco di Rondó - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo.>> (Italo Calvino: El barón rampante)

Eduardo Ruigómez: Invernadero (2013)

domingo, 9 de junio de 2013

Libre juego dentro y fuera del supermercado

Amplío la entrada anterior del blog,  Sparco, con una referencia a Constantin Costa-Gavras y su última película: El Capital (2012). En una entrevista con El País a finales de 2012 comenta que "Europa es solo un gran supermercado, en el que todo el mundo entra a comprar y vender". 

Me centro en una escena de la película que rompe el ritmo del resto de la historia. El protagonista, Marc Tourneuil (Gad Elmaleh), presidente de un gran banco francés, acude a una comida famliar. Ante las críticas que recibe de un pariente por su modo de gestión falto de ética, huye de la casa. En el vestíbulo se detiene y contempla la escena de un grupo de niños concentrados en los juguetes electrónicos que un poco antes les había regalado. Son niños burbuja, encerrados en la esfera de su juego solitario. La expresión del rostro de Marc Tourneuil transmite por un solo instante la revelación de que algo hace mal en todo lo que gira a su alrededor. Pero el instante se diluye rápidamente y retorna a su realidad.

Constantin Costa-Gavras: fotograma de El Capital (2012)

jueves, 6 de junio de 2013

Sparco

En octubre de 1973 publiqué en la revista Sparco (de la cadena Spar) un breve reportaje sobre los supermercados norteamericanos que realicé el año anterior. Aún no había cumplido los veinte años y la curiosidad por lo desconocido desbordó todas mis expectativas en mi primer viaje a Estados Unidos. Me sorprendió el consumo vano, en muchos sentidos desmedido. Hasta ese momento todas mis pautas aprendidas se manifestaban dentro de unas cordenadas de racionalidad. La necesidad o el interés sensato determinaban las decisiones de compra.

En Estados Unidos descubrí una forma diferente de enfrentarme al consumo. Un esquema simple tipifica lo que descubrí entonces: en el desayuno se leía un suplemento especial del periódico bien dotado de ofertas, fuesen libros, alimentos, moda o cualquier otra opción del mercado. Se resaltaban los mensajes más interesantes (interesante no implicaba lo que se necesita, sino lo que era más barato en ese momento) y se planificaba la ruta de la compra: primero los libros, luego la bebida, luego la ropa, etc. Una vez finalizada la tarea se regresaba con el maletero del coche cargado.

En aquella época la palabra hipermercado no existía en nuestro vocabulario, donde lo más sofisticado que existía eran algunas cadenas de supermercados. Aún faltaban casi diez años para que se inaugurara el primer hipermercado en España: un Alcampo en Zaragoza en 1981. Y ahí empezó el cambio de la forma de consumir. Conceptos como libre servicio o compra por impulso entraron en nuestra mente de manera inttuitiva mucho antes de aprender la terminología naciente. El consumidor robó el protagonismo a la distribución y se erigió en el rey del mambo: compro lo que quiero, donde quiero y cuando quiero. O lo que es lo mismo, se abrieron las puertas a un nuevo modelo de sociedad.

 No entro a valorar lo bueno y lo malo ni de hace 30 años ni de ahora. Simplemente me da vértigo la evolución. Rescato este artículo, para compartirlo con quien quiera y que saque sus propias reflexiones.

Eduardo Ruigómez: Los supermercado norteamericanos en observación directa. Revista Sparco, octubre 1973.