sábado, 12 de mayo de 2012

La distancia imprime fronteras entre lo real y la ficción

Michael Haneke flota sobre la niebla de la violencia en La cinta blanca (2009). En un contexto casi feudal en el que el señor de las tierras también lo es de las vidas de sus pobladores, se desata la tensión como presagio del cercano derrumbamiento del imperio austro-húngaro. La dureza, la tensión, la latente presencia de la muerte invade el alma de esa pequeña sociedad cerrada. No son necesarias las imágenes explícitas para sentir el horror, porque el horror entra mudo por nuestros ojos para ensancharse en la cabidad de nuestro cerebro y poner al rojo vivo las neuronas. La calma troyana que oculta la tempestad, la venda que ciega los ojos.





Soledad Puértolas también flota distante en El bandido doblemente armado (1980). Desde un plano elevado describe las vicisitudes de una familia burguesa atravesada por el triunfo en la sociedad. En las páginas de esta historia no se nos narran detalles superfluos que no afecten a la tela de araña que envuelve a los personajes. Como en un vuelo pictórico de Chagall, los personajes deambulan cruzándose, chocando, volviendo a empezar. Hay un cierto encanto de las emociones cotidianas. Lo demás es superfluo y queda abducido en un vacío sideral presto a estallar.



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