Paseo por un parque de Oviedo antes de las primeras luces del día. Me sorprende el trasiego de silencio y vida que se respira. Las palomas no duermen, tampoco el caballito de feria, sólo descansan, atentos al intruso que irrumpe en su mar de tranquilidad. Como en los cuentos de Hoffmann o de Andersen, el alma no es privilegio sólo de los humanos, sino un don del amor a la vida. El parque de Oviedo desborda plenitud al entrar la noche, y hace que me sienta en buena compañía. La paloma quiere trotar, el caballito sueña con volar y yo buceo en la poltrona del contento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario