1.- La línea 7 de Metro de Madrid llega al final del trayecto, Pitis, donde puedo enlazar con el tren de Cercanías a través de un corto pasillo y unas escaleras para acceder a los andenes de Renfe.
2.- Un guarda jurado sujeta con su espalda bien encajada la pared fronteriza del intercambiador, con el estilo indolente de un tableau vivant satírico.
3.- Una mujer joven se acerca al pilar con rostro para que le indique el camino al andén. Bien aconsejada sigue su camino.
4.- En el andén sólo hay un joven estoico aguantando el frío y el olor a plástico quemado que invade la noche. Son las 9,45h y parece llevar un buen rato adherido al banco. Mira al suelo como quien mira a la tele.
5.- Para un tren que resulta no ser el que ninguno de los tres espera.
6.- Paseo por el andén hasta el extremo. Primero oigo y luego veo al fondo una gran luz cegadora que traza una invisible curva y se acerca como pudiera hacerlo el 7º de caballería, a toda leche.
7.- En un instante de fascinación inmensa y paralizante tengo el suficiente reflejo para tomar una fotografía. "Aquí llega el Sargento York para rescatarnos de los indios y llevarnos casa".
8.- Rápidamente me voy al centro del andén dispuesto a subir al confort de la diligencia. Pero el 7º de caballería -y esto podemos percibirlo los tres testigos en una décima de segundo- da muestras de tener una misión muy diferente. Su estela nos barre, a toda leche. Por unos instantes el olor a plástico quemado se desvanece.
9.- Surge un bocadillo gráfico sobre nuestras cabezas: "¿Ehhh?" Cruce de miradas, consulta al panel de horarios, frustración, ya no hay más trenes a esas horas en el farwest de Pitis, sólo indios en los alrededores.
10.- Como corderos en el matadero asidos frente al destino angustioso volvemos a la estación. Sólo han pasado diez minutos desde la primera escena y sin embargo lo sucedido es digno de una melodía de Machín, toda una vida. Ahora toca volver al metro, a la línea 7, y buscarse la vida con los autobuses.
11.- En el interior de la estación el paisaje es desolador. Penumbra, ni un alma ni pilares sanguíneos a la vista. Lo más dramático: una enorme reja blinda el paso a Metro. ¡Estamos encerrados en la estación de Pitis a las diez de la noche! El guarda jurado que informó a la mujer, ha desaparecido, o dicho de otra manera, según cruzamos la zona del intercambiador diez minutos antes, se deduce que recogió los trastos y se largó, sin un mínimo paseo de comprobación por si quedaba gente en las instalaciones.
12.- Volvemos a los andenes buscando una salida improvisada. Imposible, salvo caminar sobre las vías hasta el centro de la ciudad... De repente, el milagro. Como un espejismo en el desierto, vemos unos faros de coche a través de la verja del recinto. Hacemos señas y conseguimos atraerlo. Son dos guardas jurados. Nos escuchan, nos esquivan: "Nosotros estamos aquí por un incendio que hay cerca. No podemos acceder a la estación, pero avisamos a alguien". Adiós, adiós, Lestrove adiós.
13. Frío, frío. Entramos de nuevo en la estación. Entre llamadas a la familia, la niebla mental nos va cubriendo poco a poco. Hasta que descubrimos una puerta que sube como si fuera al cielo. Y con suerte vemos en la penumbra un botón blanco solitario. No se pierde nada. Pulsamos y se abre la puerta. Así de fácil (gracias Renfe).
14.- Salimos a la noche de Pitis, afortunadamente sin indios a la vista. Caminamos un par de kilómetros por campo asfaltado (el vicio siniestro de los alcaldes) y el barrio durmiente de Mirasierra hasta llegar a una estación de Metro en Puerta de Hierro.
15.- Con la angustia de llegar a tiempo para el último autobús, podemos darnos por contentos de superar al final la prueba de supervivencia urbana. A las 12 de la noche, en casa.
Fotografía de Eduardo Ruigómez - Estación de Pitis, Madrid |
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